lunes, 16 de junio de 2008

Escritos TODOISTAS

Apariencias
por MAHATMA HITLER
Era lunes festivo y como de costumbre, Diego se encontraba un tanto harapiento. Pasaba los fines de semana sin afeitarse y pese a que era genéticamente imberbe, encima de su labio superior crecía un insípido y desordenado bozo. Durante la vida juvenil jamás se le había ocurrido utilizar un cepillo para peinar ese hirsuto cabello que despertaba cierta pena ajena en quienes lo observaban sin esquivar detalle. Tal vez su vanidad innata iba enfocada hacia otros aspectos, en tanto con cierto misticismo obsecuente prefería descuidar un poco la apariencia física para entronizar en el pináculo de sus preocupaciones, el intelecto y el nivel moral. Y si entre semana la estética corporal era un asunto de absoluta nimiedad, en los fines de semana, especialmente en aquellos que se extendían hasta el lunes a causa de esas incomprensibles festividades latinoamericanas, aquel mozuelo parecía metamorfosear en solo espíritu. Por ende ese día su apariencia se tornó bastante desagradable. El cabello enredado y abundante, los ojos hisopeaban de tanta legaña, el bozo y una barba incipiente le concedían un semblante enfermizo, su ropa solo consistía en una pijama desteñida que le habían obsequiado el día de su graduación. En esa mañana inanimada, característica de los lunes festivos, el desayuno se vio interrumpido de repente por el sonido seco de la puerta principal: -espere un momento ya abro- dijo con cierta extrañeza. Tan pronto abrió la puerta, vio un poco decepcionado ante sus ojos, el peor contraste que le hubiesen podido asignar, una esbelta y hermosa mujer que también miraba con desencanto las fachas de vulgar obrero. Se trataba de Marianita, la fascinante hija de una vieja amiga de su mama, y aunque jamás estuvo enamorado de ella, siempre la considero muy atractiva. Como cualquier persona, Marianita siempre lo había visto en su estado natural, pero la intención de Diego nunca fue que aquella damisela le conociera en tal estado de indigencia. Todo tenía un límite y su apariencia física de los domingos era conveniente que se mantuviera en la tumba de la clandestinidad familiar, esas cosas de extrema deshonra no tenían razón de trascender las inmediaciones de su hogar. Pero lo que mas le enturbiaba el alma, era la imagen suya impresa en la mente de Marianita. Ciertamente la niña lo iba a recordar como a un tosco espantajo, le iba comentar a sus amigas el susto sorpresivo que se había llevado ese lunes festivo, y cuando se lo encontrará en la calle y ella estuviese acompañada de alguna compañera, le comentaría al oído aquel episodio vivido, entonces las niñas estallarían de la risa y él ciertamente ofuscado por la vergüenza soltaría una sonrisa de charada para fingir una despreocupación. No obstante cuando reaccionó ya había pensado en todas esas infortunadas posibilidades, y mientras tanto la niña seguía expectante, esperando junto a la puerta a que le diera el permiso de ingresar al apartamento, y en realidad ella no se había percatado de la decadente apariencia de Diego, pues jamás le intereso en la menor proporción.

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